Anaquel

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El humor de Borges

Por Omar González-García

Jorge Luis Borges fue dueño, a la par, de un talento y un humor monumentales. Del primero dan fe la notoria vigencia de sus obras. Del segundo dejó muestras varias, recopiladas en los libros que específicamente reúnen los muchos dichos que eruditos, burlones, críticos, pero siempre honestos, Borges desgranaba sin desconcentrarse de lo esencial que para él fue siempre la literatura.  

De ese rasgo borgesiano hay prueba suficiente El humor de Borges, la compilación de pláticas y momentos que Roberto Alifano (Bs.As., 1943) sostuvo con el poeta y que en octubre de 2016 puso en circulación Lectorum en una segunda edición.

¿Era todo seriedad en Borges? Qué hay de desconocido y por ende humano en el autor de: “Agravando la reja esta la noche./En la sala severa/se buscan como ciegos nuestras dos soledades”. “Pocas cosas para Borges merecían seriedad –acaso algún recuerdo–…” dice Alifano y cualquiera que haya podido acercarse a los intersticios del alma borgeana a través de su propia obra puede dar fe de ello, o, en su caso, principiar la lectura de Borges vía las remembranzas de Alifano.

Ahora bien, quizá valga decir que el humor de Borges no es la gracejada burda incluso cuando llega a emplear palabras que eventualmente podrían escandalizar a las buenas conciencias si realmente éstas existieron alguna vez; no es tampoco el chiste vulgar su recurso y mucho menos la chabacanería. El humor de Borges se desdobla en ironía, sarcasmo e incluso en el menos común de los sentidos: el sentido común.

En alguna conferencia de prensa posterior a un evento, refiere Alifano que, entre otras cosas, un periodista le pregunta a Borges al respecto de su admiración por el “Imperio Británico”, que si todavía admira el “Imperio Británico”. Con agudeza, Borges responde: “…lo que usted llama Imperio Británico ya no existe. Pero ya que usted gusta de los arcaísmos, por qué no me pregunta sobre lo que yo opino del Imperio Romano, digamos”.

En otros casos el humor inesperado seguramente descentraba al solicitante de, por ejemplo, un currículum. Deme un par de semanas para entregárselo, ese es un género totalmente nuevo para mí habría dicho Borges; o en su caso a la pregunta que a media calle le hacen un grupo de señoras: “¿Es usted Borges?”. Sí, lo soy –responde— pero si seguimos aquí a media calle corro el riesgo de dejar de serlo. No menos divertido resulta cuando enterado por el propio Alifano de los dichos de un general durante el Proceso Militar por cuanto a que “…el marxismo nació cinco siglos antes de Cristo” Borges señala que “Sin duda ahora la historia habrá de dividirse en antes y después de ese general Nicolaides”.

Hacia 1982 Borges dicta un artículo sobre los militares argentinos y ya avanzado el texto le propone una broma a Alifano quien está recibiendo el dictado: “¿Qué le parece si hacemos circular un desmentido?… el desmentido sería…: El general Menéndez y el General Galtieri, nuestros héroes de las Malvinas, han decido rechazar un subsidio que les otorgó la señora Margaret Thatcher por sus… servicios… a la Corona”. Y agrega: “para que tenga fuerza hay que darlo en forma de desmentido…”, malicia pura en estado de gracia permanente.

En tanto que capaz de reírse de sí mismo, de encontrar el sentido lúdico de las cosas, Borges podía reírse de todo y hacer que sus interlocutores rieran con él; seguramente más de una vez la risa fue mera cortesía, esa variante de la hipocresía que los incultos ejercen todos los días. Para todos los demás está el humor de Borges, el buen humor de Borges reflejado en las miles de fotos donde desmintiendo a su seriedad profesional –la que podríamos adjudicar al otro Borges— Borges ríe, ríe, ríe… A veces con nosotros, a veces de nosotros, lo cual, bien visto, no es cosa menor ni despreciable.

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