Días más, días menos. Estamos a la mitad del verano, en su cenit canicular. Por las bocinas del reproductor se desliza la voz de Elizeth Cardoso cantando la versión pionera (1958) de Chega de Saudade, la emblemática letra del poeta Vinicius de Moraes y la música creada por Tom Jobim arropada en la guitarra de Joao Gilberto que expide la partida de nacimiento de la bossa nova, esa estética derivación del feliz encuentro del jazz y la samba en las playas de Río de Janeiro. ¡Cosa más linda!
Sobre la mesa descansan varios libros de Rubem Fonseca (Juiz de Fora, Minas Gerais, Brasil, 1925) destacan de entre todos, dos: Amalgama (Cal y Arena 2014) y La novela murió (Cal y Arena, 2008). En Amalgama, el escritor brasileño que este 2018 ha cumplido 93 años reúne 34 piezas fastuosas entre prosa, poesía y la feliz mezcla de ambas. ¡Menudo genio! En La novela murió –un texto fundamental junto a José, para entender el alma fonsequiana— se presentan 28 ensayos que permiten adentrarse en el trabajo de Fonseca.
Si en Amalgama el cuento como ejercicio de brevedad adquiere tintes de precisión, en La novela murió la contundencia de crónicas deslumbrantes mezcladas con la perfección del ensayo como vehículo de opinión colocan a los lectores en un plano de aprendizaje activo del universo literario que Fonseca creó desde Los prisioneros, un primer tomo de cuentos publicado en 1963 o El caso Morel, su primera novela (1973).
En Amalgama los relatos son la muestra inequívoca que mientras menos edulcorada la realidad, mejores relatos crea en la medida que por inverosímiles los vuelve creíbles. Un bebé deforme en “El hijo”, la fobia por el enanismo en “Perspectivas”; el cuestionamiento de las moralejas en “Fábula” o la incuestionable afirmación contenida en “Escribir”: “El narrador mientras mejor es, peor le va, sufre más, después de algún tiempo no soporta el ahogo” (p.81). Antes de esta afirmación lapidaria, en el párrafo anterior, Fonseca ha dicho: “…escribir es…urdir, tejer, zurcir palabras, no importa si es una receta…o una pieza de ficción. La diferencia es que la ficción consume cuerpo y alma. La poesía también podría incluirse aquí, si los poetas no tuvieran pacto con el diablo”.
¿Los poetas tienen pacto con el diablo? Quizás Fonseca lo afirmó a sabiendas en Amalgama: “Todo poeta es un loco./Los estoy vigilando./Y también tiene que estar loco el pintor/Y el músico y el narrador./La locura es buena/Para todo creador” escribe en “Puchero” (pp. 27-28).
En La novela murió la magia escritural del brasileño produce crónicas, opiniones y confesiones memorables. “Reminiscencias de Berlín” narra en primera persona la caída de aquella valla siniestra a través de los ojos de un brasileño más que informado; en “Jack el destripador” cuestiona el perfil de los asesinos seriales; a través de “Viveca” formula un sólido alegato por la igualdad y la no discriminación con el sencillo acto de tomarse una foto con un travesti; anticipa la conversión del botox en moneda de curso común en “Botox al menudeo” y en dos piezas magistrales recrea lo mismo el sufrimiento de un pueblo en 1950 (“La copa del mundo: alegría y sufrimiento”) que la belleza sonora de tamborines y cuicas en “El sonido y la furia”, un título de ecos faulknerianos y al mismo tiempo una rítmica pieza de cuya envolvente reverberación el lector no se desprende jamás incluso si no conoce Río de Janeiro ni el sambódromo y sus palcos Vip.
En los últimos renglones de “¿Murió la novela?”, primera de las piezas de La novela murió, Fonseca, al igual que muchos otros autores lo han hecho, reflexiona sobre el estado de salud de la novela en función de datos y observaciones. Su conclusión contiene la más rotunda pirotecnia verbal posible: “¿Se van a acabar los lectores? Tal vez. Pero los escritores no. El síndrome de Camoes va a continuar. El escritor va a resistir”. Como Camoes en el naufragio.
La voz de Elizeth Cardoso vuelve a escucharse a través de las bocinas del reproductor. Tiene razón Fonseca: “El escritor va a resistir”. En unas semanas concluirá el verano. Fonseca será eterno, persistirá, igual que sus lectores en las páginas de sus Cuentos Completos que Tusquets ha puesto en el mercado hace unas semanas. (Rubem Fonseca, La novela murió, Cal y Arena, México, 2008, 204 pp., Amalgama, Cal y Arena, México, 2014, 147 pp.).
Columna Anaquel de Omar González