La sensación es de extrañeza, como de quien camina entre una bruma que obliga a tentalear lo que por definición es inasible. Nadie puede retener lo lejano, lo evanescente, el pasado… Pero ahí está, buscando no diluirse, buscando acercarse, ser y estar y al mismo tiempo estar a lo lejos también; un horizonte que es, siempre lo es, un imposible asidero hecho de agua corriente, de bruma, de retazos de tiempo arrojados al vacío de la memoria.
Jean Bosmans y Margaret Le Coz son los actores de “un primer encuentro” transformado en “una herida leve que ambos notan y que los despierta de su soledad y su embotamiento”; huyen de una manifestación y el azar los hace coincidir en una estación del metro parisino; un accidente menor que apenas requiere un esparadrapo para Margaret los pone en trance de acompañarse; recordar donde podía buscarle “alguna tarde a la salida de la oficina” anotándolo en la memoria es la “forma que tenía él [Bosmans] de luchar contra la indiferencia y el anonimato de las grandes ciudades, y quizá también contra las incertidumbres de la vida”.
La inasible memoria de Bosmans vuelve mucho tiempo después de que Margaret se ha ido o, más bien, ha escapado ¿de qué?, ¿de quién? ¿Quién es y qué ha hecho Margaret para buscar escapar de ciudades, países, personas? ¿Y por qué Bosmans escapa también de barrio en barrio de la malévola pareja que burdamente lo extorsiona como Margaret del siniestro Boyaval?
Quizás, solo quizás, Margaret y Bosmans escapan de su propia fragilidad, de su condición de No-seres; de su propia desprotección del mundo y su falta de pertenencia a éste representada en el ubicuo pasaporte vencido de Margaret y la necesidad de encontrar un asidero para enfrentar esa no pertenencia a través de ese espacio estable formado por Georges y Suzanne Ferne –constitucionalista él, letrada ella— y el extraño y volátil, acaso menos formal, que conforman el médico André Poutrel e Ivonne Gaucher.
Si como quiere Jorge Herralde es Patrick Modiano –Premio Nobel de Literatura 2014— el cartógrafo de París, no menos cierto es que también deviene en arqueólogo de la memoria de un mundo en apariencia lejano pero universal, capaz de producir un adjetivo: modianesco y una música particular, la música Modiano, cuyas notas no pueden ser alcanzadas por nadie más. Flâneur del siglo XX, Modiano consigna en sus obras las calles, las zonas, los edificios y los ánimos, sobre todo los ánimos, de un París microscópico que su visión aumenta hasta volver un universo donde Modiano oficia como intérprete de sí mismo y de su tránsito parisino a través de logradas imágenes de soledad, ansiedad, duda, desencanto, ansiedad y memoria.
Baste lo anterior para entender que uno de los goces mayores de aventurarse por la literatura de Modiano: Un pedigrí, Calle de las tiendas oscuras, Villa Triste, Dora Bruder y la Trilogía de la Ocupación (El lugar de la estrella, La ronda nocturna, Los paseos de circunvalación), entre otras, supone también un reto para el lector pues lo de Modiano no es baratija literaria; el mundo al que Modiano vuelve una y otra vez con una literatura que disecciona la moral colectiva implica un ejercicio de inteligencia.
No es ajeno a ese ejercicio de la inteligencia la lectura de El horizonte. Entre la bruma, buscando un asidero, tentaleando, Margaret y Bosmans buscan un lugar en el mundo huyendo del mundo, de sus fantasmas, de la atrocidad que supone vivir siendo un No-ser y al mismo tiempo Ser y Estar en el centro mismo de la historia y la memoria; saber que “…en la duda, aún queda una forma de esperanza, una línea de fuga hacia el horizonte” dice Modiano que junto a Margaret Le Coz y Jean Bosmans habla también del porvenir mientras como en la foto de la portada del libro, un hombre desciende hacia una estación del metro. Al fondo alcanza a verse la torre Eiffel iluminando la noche y los vagones del metro avanzando hacia el horizonte del porvenir y la memoria en una suerte de esgrima que es, a la par, filosófica y psicológica; el ejercicio intelectual de la música y el efecto Modiano. (Patrick Modiano, El horizonte (traducción de María Teresa Gallego Urrutia), Anagrama, 2da., ed., Barcelona, 2014, 159 pp.).
Columna Anaquel de Omar González