A sus 26 años, el pintor Max Sanz (Oaxaca, 1992) tiene una envidiable trayectoria de poco más de una década en el arte.
Hace unos días presentó en el Senado la muestra titulada Los brujos, integrada por 40 óleos inspirados en Vuelo de brujas, de Goya, obra que lo impactó y quiso recuperar en su propuesta pictórica a nivel técnico con el uso del color negro.
‘‘Pero también desde un contexto social donde el negro simboliza el caos que vivimos, la época oscura en la que al final, no obstante, hay esperanza”, considera el artista en entrevista con La Jornada.
En agosto, Sanz realizará un mural en la sede del Instituto Nacional de Pediatría, con la participación de algunos de los niños que reciben atención en ese hospital, ‘‘con la idea de que quienes colaboren puedan tener un buen recuerdo de su estancia ahí”.
A los 13 años de edad, debido a un problema de salud que le impidió asistir a una escuela tradicional, Sanz comenzó a recibir lecciones de arte en el taller Rufino Tamayo, interesado primero en la escultura.
Se inició de ayudante del maestro Marco Palma, luego tomó clases con el pintor inglés Barry Head y enseguida tuvo oportunidad de ir a clases de grabado en el taller de Fernando Sandoval, donde imprimían Francisco Toledo, Sergio Hernández y Alejandro Santiago.
El entusiasmo de Max Sanz por el arte hizo posible que a los 16 años, cuando ingresó al Centro de Educación Artística (Cedart) Miguel Cabrera, de Oaxaca, recibiera una invitación para ser asistente de producción y escenografía de la ópera La traviata.
Al año siguiente obtuvo una beca de producción del gobierno de su estado natal. Fue en ese momento cuando se convenció de que la pintura sí era para él, comenta.
‘‘Ahí empezó todo. Me vine a la Ciudad de México a trabajar de asistente de la maestra María José Lavín, a la par de comenzar a vender obra y hacer exposiciones, entre ellas cuatro muestras individuales en China. Tiempo después obtuve otro par de becas de profesionalización artística con las que pude estudiar la carrera de artes en Puebla, en la cual me titulé hace dos años.
‘‘Ha sido un camino de mucho trabajo, en el cual, más que encontrar competencia, he conocido a muchos artistas poseedores de un lenguaje propio, como el que estoy forjando. Todos tenemos algo qué decir, sobre todo, es fundamental para mí no ser ajeno a la sociedad, incluso representar lo que vivo, como un punto de reflexión o crítica.”
Compromiso con predecesores
Respecto de sus colegas, los pintores oaxaqueños, Max Sanz considera que en estos momentos se vive un auge; ‘‘todo lo que trabajaron Tamayo, Toledo, Rodolfo Morales y Rodolfo Nieto está explotando, como palomitas de maíz. Por eso lo único que se debe cuidar siempre es tratar de ser original.
‘‘El color en la pintura oaxaqueña es inevitable, eso siempre va a existir, pero sobre eso se pueden hacer no sólo variantes, sino un cambio. Al final, un artista se transforma, siempre en una búsqueda constante de expresiones y de medios para hacerlo. Es lo que mantiene vivo al arte.”
Para Max Sanz, nacer en Oaxaca y ser artista implica ‘‘una responsabilidad, porque quienes nos precedieron trabajaron mucho. Entonces, nuestro compromiso es aprender cómo ha sido el proceso de ellos y sobre eso enfocar esfuerzos y seguir trabajando.
‘‘Me caracterizo por ser disciplinado, pues pintar no es un hobby, es una pasión, lo que me mantiene vivo. Somos muchas las personas que pintamos, pero me dedico ocho horas diarias o más; es mi trabajo.’’
El circo, las anécdotas de la vida cotidiana y los elefantes como un autorretrato que va evolucionando en el tiempo (uno de los cuales pertenece al acervo de este diario), son los temas plasmados por el pintor en su obra, que podrán apreciarse en su próxima exposición Paisajes de guerra y paz,que montará en el Museo Torres Bicentenario de Toluca, estado de México, en septiembre.
Fuente: La Jornada