El Partido Revolucionario Institucional (PRI) fue uno de los pilares fundamentales de la democracia mexicana durante décadas. Sin embargo, en los últimos años, la organización ha enfrentado importantes desafíos que han puesto en duda su capacidad para representar los intereses de los ciudadanos y ofrecer una alternativa viable en el panorama político nacional. En este contexto, creo firmemente que ha llegado el momento de que el actual dirigente nacional del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, se haga a un lado y presente de inmediato su renuncia irrevocable al cargo.
Las razones que fundamentan esta posición son múltiples y profundas. En primer lugar, el liderazgo de Alejandro Moreno ha estado marcado por una serie de escándalos de corrupción y malas prácticas que han socavado gravemente la credibilidad y la imagen del partido. Desde acusaciones de desvío de fondos públicos hasta presuntos vínculos con grupos del crimen organizado, los señalamientos en torno a la gestión de Alito han generado un profundo malestar entre los militantes y simpatizantes del PRI, así como en la ciudadanía en general.
Más allá de los escándalos de corrupción, el liderazgo de Alito también ha estado marcado por una notable incapacidad para articular una propuesta política coherente y convincente que logre reconectar al PRI con las demandas y aspiraciones de la ciudadanía. En un entorno político cada vez más polarizado y con una creciente desconfianza hacia los partidos tradicionales, el PRI bajo la conducción de Alejandro Moreno no fue capaz de ofrecer una alternativa atractiva y diferenciada que lograra movilizar en el pasado proceso electoral a los votantes y recuperar el apoyo que alguna vez tuvo.
Hay que destacar que la ausencia de un proyecto político sólido y la falta de liderazgo propositivo han sumido al PRI en una profunda crisis de identidad que se ha reflejado en sus resultados electorales cada vez más decepcionantes. Mientras partidos emergentes como Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) logran capitalizar el descontento social y atraer a un electorado ávido de cambios, el PRI ha quedado relegado a un papel secundario en el escenario político nacional.
Ante este panorama, resulta evidente que el PRI requiere de un profundo proceso de renovación y reposicionamiento que le permita recuperar la confianza de los ciudadanos y volver a ser una opción viable y atractiva. Sin embargo, este proceso de transformación difícilmente podrá tener lugar con Alito aún al frente de la organización. La renuncia de Alejandro Moreno a la dirigencia del PRI no sólo respondería a un imperativo ético y moral, sino que también representaría una señal clara de que el partido está dispuesto a escuchar las demandas de la ciudadanía y a emprender un proceso de cambio que lo aleje de prácticas cuestionables del pasado. Sólo así, el PRI podrá reconstruir su imagen y reposicionarse como una alternativa política creíble y confiable.