Los artesanos indígenas enfrentan un enemigo contra el que poco pueden hacer: la piratería o el plagio de sus modelos y diseños, así como la escasa valoración social de su trabajo y la falta de espacios para comercializarlo.
Así lo denunciaron creadores que participan en la quinta Fiesta de las Culturas Indígenas, Pueblos y Barrios Originarios, que se desarrolla en el Zócalo capitalino y concluirá el 2 de septiembre.
Procedentes de varios lugares de la República y de diferentes pueblos originarios, a la mayoría de los artesanos consultados por La Jornada no les preocupa ‘‘tomar prestados” modelos o diseños de otras culturas o colegas ni que hagan lo propio con los suyos.
Sin embargo, algunos comienzan a advertir el grave peligro de que empresas nacionales y extranjeras plagien sus obras y las produzcan en serie, lo cual significa una afectación económica y ‘‘una falta de respeto” a su cultura.
Es el caso de Alfredo Nicolás, de Amealco, Querétaro, cuya familia se ha dedicado por varias generaciones a la producción de bordados y las famosas muñecas de trapo conocidas como Marías.
Estas figuras, también llamadas mazahuas, se vieron envueltas a finales del año pasado en una controversia comercial luego de que en tiendas departamentales de Liverpool se vendían imitaciones, de origen chino, ante lo cual intervino el Senado para frenar esa venta, con el argumento de que atentaba contra la identidad y la economía de los pueblos originarios.
‘‘Me preocupa que nuestra artesanía esté tan desprotegida y en peligro, porque cada vez son más los productos que los chinos nos copian y mandan al país. Aunque la calidad es mala, los precios son bajos y no podemos competir”, apuntó Alfredo Nicolás.
Esa inquietud es compartida por Antonio Bautista, de Teotitlán del Valle, Oaxaca, quien desde los ocho años se dedica al tejido en telar de pedales, oficio que viene de sus tatarabuelos y con el cual busca preservar el alma y la sabiduría de su cultura natal.
‘‘Mis modelos son tomados de la antiguos diseños zapotecas, los que aparecen en las piedras, como las grecas de las ruinas de Mitla. Estoy reviviendo el pasado para que no se pierda. Me siento muy orgulloso de lo que hago, así como de mostrar que todavía existe este arte. Soy artista porque esto no lo hace cualquiera”, detalló.
‘‘Me entristece que este trabajo no sea reconocido ni bien pagado en México; los gringos y los europeos sí lo valoran y alaban. Algo que me preocupa mucho es que quieran copiar mis diseños. He visto algunos de ellos en Perú y son muchos los chinos que buscan tomar fotos a mis obras.”
Trabajo-cultura-identidad
Procedentes de Oaxaca, Colima, Jalisco, Baja California, Nayarit, Guerrero, Puebla y Michoacán, entre otras entidades, gran parte de los artesanos reunidos en la Fiesta de las Culturas Indígenas coinciden en la estrecha relación entre su trabajo, su cultura y su identidad. Incluso, para algunos de ellos representa una responsabilidad de proseguir con los conocimientos de sus ancestros y mantenerlos vigorosos.
Advirtieron que desarrollar esta tarea resulta cada vez más complicado debido a que los materiales, el tiempo y el esfuerzo que dedican a la elaboración de sus piezas, generalmente no se compensa con los precios en que deben ofrecerlas y, encima, gran parte de las veces están sujetas todavía al regateo. ‘‘Ser artesano es muy difícil, porque muchas veces la gente no valora lo que hacemos y pide casi siempre que le bajemos el precio. Si no lo hacemos, al final nos quedaríamos sin comer”, acotó el artesano huichol Carlos Rodríguez, de San Andrés Cohamiata, Jalisco, quien trabaja la chaquira.
‘‘Estoy orgulloso de lo que hago y vivir de ello; es algo que aprendí de mi familia y me siento feliz de que las personas se queden con algo de mi espíritu y mi cultura. Cada pieza que hago es única e irrepetible. Esta es una tradición milenaria y estoy seguro de que continuará hasta el final de los tiempos.”
Fuente: La Jornada