El mundo voló en pedazos

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Toda tragedia colectiva tiene un correlato individual. Un correlato que surge a partir de una pregunta cuyas variantes más conocidas son ¿dónde estabas?, ¿qué hacías el día…?

Cuando luego de las siete de la mañana del 11 de marzo de 2004 volaron en pedazos los trenes que llegaban a la estación de Atocha, en Madrid, todo cambió; todo voló en pedazos en más de un sentido, todo dejó de tener sentido o adquirió otro o redimensionó el que tenía.

¿Dónde estabas…? Vladimir estaba frente a la mesa de trabajo; corrige un texto, le quita rugosidades, cacofonías, tautologías inútiles; signos de puntuación mal utilizados. La vida útil de un corrector que desembarcó a medias de la literatura. Es un corrector, un no-escritor o es un escritor más completo o es la conjunción que une dos orillas: la del que escribe y la del que lee. ¿Es Vladimir la piedra de toque de un mundo literario? ¿Es alguien que entendió temprano que el mundo literario requiere un ego mayor del que se cree y muy probablemente de una capacidad intrínseca para avasallar al otro; ser a veces ruin o acaso nada más despiadado?

Vladimir quizá por eso se hizo corrector, quizá porque en el fondo es una buena persona, quizá porque prefiere desentrañar el sentido último y también el primigenio de las palabras; quizá porque sabe que los políticos mienten de manera inveterada, manipulan por sistema, enarbolan sofismas que se vuelven dogmas y desarticulan hasta desproveer de todo contenido el discurso que, señoriales, esgrimen.

Fue ETA, se dice temprano ese día, pero en el ambiente flota algo que no embona con el todo y al desasosiego de la muerte en Atocha se suma la ira del Ágora y también el dolor, las dudas; la inmediatez informativa del telediario. El juicio fácil de aquellos que piensan la historia como una línea recta inalterable inunda el ambiente. Pero esta vez no ha sido ETA, en la tragedia de Atocha asoma la factura de los yihadistas; el mundo viene del 11-S; Aznar, Bush y Blair se encerraron en las Azores en 2003 y España paga las consecuencias. La historia, una vez escrita es incorregible; el mundo vuela en pedazos de nuevo esa mañana de marzo y Vladimir reconstruye su mundo ese día; su tragedia individual es el correlato de la tragedia colectiva.

Nada más devastador que una tragedia, némesis de las horas felices; recordatorio de lo que tuvo y se ha perdido y de lo que se puede perder en un avieso lance de dados, en un acto de maldad extrema. Sobre eso, de eso, por eso, Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, España, 1971) ha escrito un relato luminoso en su dolor: El corrector, editado por Seix Barral en su colección Biblioteca Breve, para en éste retratar las puntiagudas aristas de un drama colectivo que deviene catarsis personal para recordarnos que el mundo hace mucho dejó de ser lo que era, un mundo que sin embargo sigue girando en torno a la vida en pareja; en torno a padres e hijos, el cariño, la amistad, sabiendo que todos los días un riesgo pende sobre la testa de todos. [Ricardo Menéndez Salmón, El corrector, Seix Barral, (Biblioteca Breve), Barcelona, 2009, 143 pp.].

Columna Anaquel de Omar González