Doce cosas creadas por mujeres que cambiaron la vida moderna

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Desde las galletas con chispas de chocolate al material a prueba de balas, pasando por la medicación contra el cáncer y el lavavajillas, muchas cosas que tejen la trama de la vida contemporánea se deben a mujeres injustamente desconocidas. Sus nombres no son famosos como el de Ada Lovelace, la matemática que desarrolló la primera computadora, o Marie Curie, la pionera en el campo de la radiactividad. Pero sus creaciones son de uso cotidiano y sería difícil reconocer el mundo de hoy sin ellas.

Esa especie de anonimato se debe, entre otras cosas, a que en muchos lugares no tenían derecho a la propiedad intelectual hasta el siglo XX, como cuenta Sandra Uve en su libro Supermujeres, Superinventoras. Sin embargo, esa discriminación no les impidió soñar y desarrollar sus creaciones. Algunas de las “numerosas mujeres que han hecho contribuciones invalorables al mundo a pesar de sufrir discriminación de género”, como resumió el Foro Económico Mundial, legaron al mundo estos inventos y descubrimientos:

1. Identificador de llamadas y llamada en espera, Shirley Ann Jackson.

La primera afroamericana en obtener su doctorado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), la segunda en haberlo hecho en la carrera de física en todos los Estados Unidos y la primera en haber recibido la Medalla Nacional en Ciencias, Shirley Jackson, se especializó en teoría sobre partículas elementales y a la vez hizo grandes investigaciones en el área de telecomunicaciones.

Entre 1976 y 1991, mientras dirigía el laboratorio de AT&T Bell, participó en el desarrollo de la identificación de llamadas y la llamada en espera, dos hitos sin lo cuales ya no se concibe la práctica de la telefonía. También se le deben la marcación por tonos y el fax portátil, entre otros inventos.

2. Máquina de hacer helado, Nancy Johnson.

La patente 3274, del 9 de septiembre de 1843, muestra una cubeta circular de madera, un cilindro interior de hojalata y una paleta que iba en su interior, conectada a una manivela. Está a nombre de Nancy Johnson, nacida en 1795, y ha encantado a generaciones de niños: es un “congelador artificial”, como lo llamó su inventora, que servía para hacer helado.

La cubeta exterior se llenaba de hielo; el cilindro interior, de hasta dos sabores del postre que se pasaba a congelar al hacer girar la manivela. “Nancy lo vendió muy barato. Sin embargo, se convirtió en el mecanismo estándar durante muchos años, y alguien hizo una fortuna con este invento”, según Inventricity.

3. Azatioprina, una droga que hace posibles los transplantes, Gertrude Elion.

En su adolescencia, en la década de 1920, la química que ganaría el Premio Nobel vio morir de cáncer a su abuelo, y decidió que su futuro se dedicaría a luchar contra la enfermedad. Aunque egresó de la Universidad de Nueva York, no conseguía trabajo por ser mujer; sólo cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, muchos científicos fueron al frente y logró ingresar a los laboratorios que hoy son de GlaxoSmithKline.

Allí Gertrude Eliot conoció a George Hichings, quien buscaba un diseño racional de fármacos: la búsqueda de drogas que apuntaran a interrumpir un mecanismo específico. Ella sintetizó por primera vez las purinas, una clase de droga que hizo posible el tratamiento de la leucemia. Junto con Hitchings —con quien compartió el Nobel, y con James Black, en 1988— creó otras drogas contra la malaria y el herpes. Su medicación más famosa, la azatioprina, es un inmunosupresor que permitió la realización de transplantes pues controla el rechazo.

4. Bolsas de papel, Margaret Knight.

A los 12 años sorprendió a su madre, una mujer viuda que la criaba sola, porque tras observar un accidente en una fábrica textil en Maine, creó un dispositivo de seguridad para detener automáticamente una máquina si algo quedaba atrapado en su interior.

Luego de la Guerra de Secesión se mudó a Massachusetts, Estados Unidos, donde trabajó en la fábrica de bolsas de papel Columbia. Por entonces las bolsas eran poco más que un sobre, y Margaret Knight pensó cuánto más práctico sería si tuvieran un fondo plano, para crear volumen a llenar con objetos.

Un compañero de trabajo, Charles Annan, le robó el prototipo y lo patentó; cuando Knight lo demandó, argumentó que “una mujer nunca podría diseñar una máquina tan innovadora”. Pero ella explicó los pasos de su invento y recibió el crédito; la patente pasó a sus manos luego del largo juicio, en 1871.

5. Kevlar, la fibra a prueba de balas, Stephanie Kwolek.

La cuarta mujer que ingresó al Salón de la Fama de los Inventores, en 1995, y ganó la Medalla Nacional de Tecnología de los Estados Unidos, hizo toda su carrera en DuPont, y allí trabajaba en 1964 cuando, ante la perspectiva de una escasez de gasolina, buscaba una fibra que fuera liviana pero resistente para hacer neumáticos.

En un año creó algo que resultó cinco veces más duro que el acero. La compañía lo patentó con el nombre de Kevlar, y hoy se utiliza en chalecos antibalas, cascos militares y velas de regata.

6. Lenguaje informático COBOL, Grace Murray Hopper.

La contralmirante fue una de los tres primeros programadores modernos, y trabajó en la famosa computadora Mark I de Harvard. Su idea de crear lenguajes de programación independientes de las máquinas llevó al desarrollo de COBOL (common business­oriented language, lenguaje común dirigido a los negocios) en 1959, que todavía se emplea.

Grace Murray Hopper murió en 1992 y recibió la Medalla de la Libertad, que el presidente Barack Obama otorgó de modo póstumo porque no sólo creó el lenguaje de computación más utilizado en el mundo durante la década de 1970 sino que hizo otros aportes a las ciencias informáticas.

7. Monopoly, Elizabeth Magie.

En 1904 una joven estenógrafa y escritora creó The Landlord’s Game (El juego del propietario) para explicar de manera amena el peligro de los monopolios, el capitalismo sin controles y “los males de acumular vastas sumas de riqueza a expensas de otros”, y recibió una patente.

Elizabeth Magie era una mujer muy adelantada: feminista y militante política en apoyo del “impuesto único”, que promovía Henry George, un político y economista del siglo XIX. Como parte de su activismo ella creó el juego, que se popularizó entre los progresistas del noreste de los Estados Unidos.

Treinta años más tarde, un vendedor desempleado, Charles Darrow, copió su juego y lo vendió a la empresa Parker Brothers, y se hizo millonario. Curiosamente, ese mismo 1935 esa empresa negoció con Magie  la compra de The Landlord’s Game por 500 dólares. Cuando se conoció la operación, ella comentó a The Washington Post, con resignación: “Nada nuevo bajo el sol”.

8. Vaporizador para regenerar la piel, Fiona Wood.

En 1992 un maestro de escuela llegó al Hospital de Perth, en Australia, con quemaduras por gasolina en el 90 por ciento de su cuerpo. Lo atendió una médica que le salvó la vida reelaborando una técnica que se aplicaba en los Estados Unidos para regenerar la piel, pero en lugar de esperar el cultivo de tejido, que demoraba días que el paciente no tenía pues las infecciones lo matarían antes, pensó en alternativas.

Fiona Woods pasó noches en el laboratorio con su colega Marie Stoner tratando de cambiar el criterio de ingeniería de tejidos. Al encontrar la forma de vaporizar células de piel, en lugar de cultivar planchas, revolucionó el tratamiento de las quemaduras. El procedimiento se sigue mejorando actualmente, y Wood trabaja en ello en su empresa Clinical Cell Culture (C3). El spray, llamado ReCell, se utilizó en 2002 para tratar a las víctimas de un atentado en Bali, Indonesia.

9. Limpiaparabrisas, Mary Anderson.

—También fue una mujer la que inventó el limpiaparabrisas —le dijo Marge Simpson a Homero en un capítulo en el que discutían sobre la igualdad de género.
—¡Lo cual va muy bien con otra invención masculina, el automóvil! —le contestó él.

Mary Anderson visitaba Nueva York un día frío de 1902 cuando pensó que había que hacer algo para sacar la nieve que se acumulaba en los vidrios delanteros del tranvía en el que viajaba, porque los pasajeros se congelaban ya que el conductor tenía las dos ventanas abiertas para poder ver. Regresó a Alabama, de donde era, y comenzó a diseñar un dispositivo que se operaba a mano, desde el interior de los vehículos, que patentó en 1903 por 17 años.

Cuando lo quiso vender, no consiguió comprador; en 1920, cuando la patente había caducado, el negocio automovilístico explotó, y el diseño de Anderson se volvió estándar.

10. Lavavajillas, Josephine Cochrane.

En su mansión de Shelbyville, en Illinois, le encantaba organizar fiestas en las que servía a sus invitados en la porcelana heredada de la familia, que tenía dos siglos. Como al lavarlas el personal de la cocina rompía alguna cada tanto, Josephine Cochrane tuvo la idea de una máquina que limpiara con más eficiencia y seguridad.

“No logré que ningún hombre la hiciera como yo quería, probaban a su manera y fracasaban”, dijo en 1880, cuando diseñó su propio modelo. Tras la muerte de su esposo, tres años más tarde, que la dejó llena de deudas, desarrolló su máquina para venderla a restaurantes y hoteles. Fundó una empresa que primero llevó su nombre y hoy se conoce como KitchenAid.

11. Pañales desechables, Marion Donovan.

Tras la muerte de su madre, su padre la llevaba a la fábrica automotriz donde trabajaba. Haber crecido en ese ambiente de progreso la ayudó cuando, al nacer su segundo hijo, no hacía más que cambiar pañales (y sábanas, en aquel momento) de uno a otro de sus bebés. Marion Donovan comenzó a diseñar un pañal a prueba de filtraciones, e hizo numerosas pruebas con cortinas de baño y por fin tela de paracaídas. El canotier, como lo llamó, fue un éxito instantáneo en 1949.

Pero cuando un año más tarde presentó un pañal deshechable, hecho de un papel fuerte y absorbente, recibió burlas por proponer un objeto tan innecesario como poco práctico. Victor Mills, el creador de Pampers, reflotó la idea una década después y creó un imperio.

12. Galletas con chispas de chocolate, Ruth Wakefield.

Uno de los productos de panadería más populares nació por accidente en Whitman, Massachusetts, en 1930. El matrimonio Wakefield tenía una taberna, Toll House, de 60 mesas que se volvió famosa entre los turistas por su cocina, en especial sus platos con langosta y sus dulces. Ruth Wakefield incluyó la recetas en su libro de 1931.

Un día preparaba galletas cuando advirtió que no tenía la barra de cacao para cocinar. Tomó entonces un chocolate, lo rompió en cachos con un picahielo, y las integró a la masa de azúcar y nueces. Imaginó que el calor se encargaría de derretir el chocolate.

Sin embargo, al sacar la plancha del horno vio, como pequeños cristales oscuros, los pedazos. Nació así un invento que luego Nestlé compró.

Fuente: SinEmbargo.mx