Por Fernando Cruz López
**El arte bajo extorsión
Teotitlán del Valle es uno de esos lugares donde la identidad de Oaxaca late con fuerza. Sus tapetes de lana, elaborados con paciencia y maestría, teñidos con grana cochinilla y pigmentos naturales, son más que artesanía: son historia, son cultura viva, son la herencia zapoteca tejida en cada hilo. Sin embargo, esa riqueza cultural se encuentra hoy bajo amenaza, no por falta de talento o creatividad, sino por un sistema perverso que ha convertido al turismo en sinónimo de extorsión.
Desde hace años, los guías de turistas, amparados por agencias de viajes de la ciudad de Oaxaca, han impuesto un esquema de comisiones que asfixia a los artesanos. Les exigen el 40 por ciento de cada venta realizada en sus talleres. Quien paga, recibe visitantes; quien se niega, queda fuera de las rutas turísticas. Una especie de “derecho de piso” disfrazado de intermediación, que poco a poco ha ido debilitando la economía de decenas de familias que dependen exclusivamente de la venta de sus tapetes.
La práctica no solo es abusiva: es destructiva. Porque lo que está en juego no es únicamente el ingreso de los artesanos, sino la continuidad de una tradición que ha hecho de Oaxaca un referente mundial en el arte textil. Si las nuevas generaciones ven que este oficio apenas les permite sobrevivir, ¿qué futuro le espera a la tradición zapoteca?
Lo más grave es la pasividad de las autoridades. Todos saben de estas prácticas, todos las han escuchado, pero nadie actúa. Mientras tanto, los tapetes que deberían venderse como orgullo cultural se transan bajo la sombra de una cadena de comisiones que beneficia a unos cuantos y castiga a quienes realmente crean.
La solución no puede seguir posponiéndose. El Gobierno del Estado, las secretarías de Turismo y Economía, e incluso las instancias federales, deben intervenir de inmediato. Se requieren reglas claras que terminen con este mercado negro del turismo, que transparenten la relación entre guías y talleres, y que garanticen que la derrama económica llegue directamente a los productores.
Teotitlán no pide dádivas, pide justicia. Sus artesanos no reclaman subsidios, reclaman un terreno parejo donde su trabajo tenga valor por sí mismo, sin la mordida del intermediario.
Porque lo que se juega aquí es más que dinero: es la dignidad de un pueblo, el respeto a una cultura y el derecho a que el arte siga siendo fuente de vida, y no víctima de extorsión.
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