¿Cuál es la clave de wifi? Esa es la pregunta más frecuente que Óscar Fernández debe responder cada día cuando trabaja como bibliotecario en la Biblioteca Pública Municipal Gabriel García Márquez.
Fernández, serio con gorra deportiva, prefiere que los niños que se acercan a la pequeña biblioteca de este municipio del departamento del Magdalena, en el Caribe colombiano, lean libros, hojeen los dos mil 300 títulos que tiene la sala y disfruten del legado de su paisano más ilustre, el Nobel de Literatura de 1982.
“Me molesta que vengan pidiendo la clave de wifi para meterse en las redes. Yo quiero que vengan aquí para adquirir hábitos de lectura, una costumbre que está muy perdida en nuestro medio, no sólo en Aracataca también en todo el mundo”, lamenta.
Al fin y al cabo, en este lugar, en Aracataca, nació el 6 de marzo de 1927 Gabito —nombre cariñoso para referirse a García Márquez— y ese hecho debería animar al consumo de libros.
Este pequeño poblado del Caribe donde se encuentra la biblioteca que lleva su nombre es mundialmente conocido por inspirar el pueblo ficticio de Macondo, protagonista de la novela Cien años de soledad.
Fernández entiende que los niños deben leer en honor a ese Nobel que llenó el mundo de mariposas amarillas, vallenatos y pasiones caribeñas con apellido Buendía.
La biblioteca donde él trabaja se inauguró en octubre pasado y estos días ha tenido ajetreo con motivo del Hay Festival, un evento que trata de acercar la cultura a la calle. Con motivo del festival, la ministra colombiana de Cultura, Carmen Vásquez, visitó la localidad y anunció un taller de periodismo comunitario para jóvenes de Aracataca en coordinación con la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).
El proyecto, que adopta el nombre de “Cronicando”, trata de “preservar el legado de García Márquez y formar a los niños de Aracataca en el periodismo”, una pasión del Nobel, según dijo la ministra.
Este tipo de actividades forma parte del espíritu de la biblioteca que cuenta con espacios de extensión bibliotecaria y cursos de inglés. Además, con una sala de consultas virtuales, una larga librería con forma de ola y una plaza a la entrada del recinto para leer, siempre y cuando la temperatura exterior, con una media anual 27 grados centígrados, lo permita.
Según Fernández, poco a poco y a pesar de la pasión por la redes sociales, los niños se acercan a la biblioteca.
Fuente: Excélsior