Publican por primera vez en español la novela perdida de Malcolm Lowry (1909-1957), el autor inglés que ocupa un puesto significativo en el Olimpo de la literatura del siglo XX. Se trata de Rumbo al mar blanco, el manuscrito que trabajó durante 13 años y que una tarde de 1944 vio arder entre las llamas, mientras se incendiaba la cabaña donde vivía con su segunda esposa.
Esta novela es considerada una de las grandes narraciones del siglo XX y está llamada a convertirse en un clásico por el lenguaje imponente que concentra, así como la lucha entre los demonios y la incertidumbre ideológica de su autor, una introspección épica que ofrece una visión de la política durante los años de entre guerras, detalló en entrevista con Excélsior
Malcolm Otero Barral, editor del sello Malpaso.
La historia nos dice que a principios de los años 40 del siglo XX, tras una vida errante y azarosa, Lowry se instaló en una cabaña de la Columbia Británica (Canadá) con su segunda mujer, la exactriz estadunidense Margerie Bonner.
Aquella fue una época de relativa calma entre las turbulencias mexicanas y el viaje autodestructivo que lo llevaría de vuelta a Inglaterra y más tarde a la tumba. Dicen que llevaba una vida espartana y de recursos escasos, frente al oleaje del Océano Pacífico, donde el escritor trabajó y bebió sin descanso.
“Allí logró convertir sus muchos demonios en la ficción endiablada que lo subió a los altares literarios del siglo XX”, apuntó el editor. Sin embargo, la tarde del 7 de junio de 1944 su casa se incendió. Los testimonios dicen que mientras su marido pedía ayuda a los vecinos, Margerie se adentró heroicamente entre las llamas y logró rescatar el manuscrito de Bajo el volcán.
Instantes después, Lowry se arrojó a la casa en llamas, en un intento por salvar la novela que lo ocupaba de forma intermitente desde 1931. Pero, tal como lo cuenta su biógrafo Gordon Bowker, “tuvieron que arrastrarlo hasta el exterior, cuando una viga le cayó sobre la espalda”.
Aseguran que la pérdida del texto fue una de las heridas que atormentaron al autor inglés hasta su muerte, por lo que en numerosas cartas recordaba la tragedia.
Lo que el también autor de Piedra infernal, Ultramarina y Un trueno sobre el Popocatépetl no recordó —o no quiso recordar—, era que ocho años antes había depositado una copia de aquel manuscrito en casa de la madre de Jan Gabrial, su primera esposa, en Nueva York. Aquel legajo de páginas durmió durante más de cuatro décadas hasta que en 1988, tras el fallecimiento de Margerie, Jan sacó la novela del armario y preparó una transcripción mecanográfica que a la postre sirvió como base a esta publicación.
VAPORES ETÍLICOS
Para el editor Malcolm Otero Barral, la publicación de esta novela representó un fenómeno editorial que más tarde se convirtió en un razonamiento puramente editorial. “Porque cuando leí el libro me quedé sorprendido de su fuerza y la forma como condensa todos los elementos que definen a Malcolm Lowry como autor, desde esa autodestrucción salvaje, hasta el alcohol, los viajes y el juego de espejos entre los personajes que ya había mostrado en Bajo el volcán.
¿Estamos ante una obra secundaria en el corpus de Lowry?, se le inquirió al editor. “Cuando pude leerlo me di cuenta de que estamos frente a una de las grandes obras de Lowry. Y aunque sabemos que el autor pudo corregirlo un poco más, estamos ante el libro que el autor inglés imaginó perdido. Digamos que si este narrador está considerado sólo como el autor de Bajo el volcán, este libro aumenta su dimensión literaria”.
¿Cómo pudo olvidar el autor que guardaba una copia de su manuscrito en casa de su exsuegra? “No sabemos si voluntariamente olvidó aquel ejemplar o si todo fue a causa de los vapores etílicos que pudieron producirle amnesia. Y aunque algunos estudiosos han propuesto que él dio por perdido este libro para no enfrentar la ingente tarea de corregirlo nuevamente, yo creo que él no recordaba ese otro ejemplar y adoptó la idea de que se había perdido entre las llamas”.
¿Por qué demoró tantos años para su publicación? “Porque su primera esposa encontró el manuscrito cuando ella ya era muy mayor, aunque también es cierto que la relaciones con su viuda la pudieron bloquear sicológicamente.
“Pero también estaba el hecho de a quién pertenecían los derechos: si a la viuda o a ella. Digamos que hubo algo más telúrico y prosaico, me refiero al dinero para saber a quién pertenecía este manuscrito… eso retrasó un poco la publicación. Sin embargo, todo esto son elucubraciones e ideas que han circulado en la academia canadiense. También se ha dicho que Jan Gabrial censuró algunos detalles de esta novela, donde ella se vio reflejada, pero es algo que también desconocemos”, añadió.
¿Cómo definiría a Lowry? “Como un autor vital del siglo XX, que supo narrar la autodestrucción. Él mismo era autodestructivo. Es un autor magnífico al que siempre se ha reducido a una obra, pero que está más allá de eso y podemos considerarlo uno de los autores que ocupa un puesto en el Olimpo de la literatura del siglo XX. En mi opinión, él merece un lugar un poco mayor porque cuando relees sus libros, puedes descubrir a un autor con muchas capas de lectura que ni siquiera tienen algunos clásicos de la literatura”.
Otero Barral también abordó la importancia de Rumbo al Mar Blanco (In Ballast to the White Sea en inglés), cuyo valor fue apreciado por el poeta estadunidense Conrad Aiken —mentor, guardián, maestro, preceptor, cómplice y rival de Lowry—, quien escribió lo siguiente durante una vista a Cuernavaca en mayor de 1937:
“Estoy leyendo la novela de Malcolm (…) es extraña, profunda, laberíntica, increíblemente jugosa. ¡Dios, vaya genio! ¡Qué maravilla! (…) ¡Qué delicia sumergirse en su extraordinaria belleza, en la densidad táctil de su prosa”.
Por último, cabe recordar que Lowry —definido por Hernán Lara Zavala como el autor al que le gustaba contemplar el universo como un arcano, un criptograma lleno de “correspondencias mágicas” o “coincidencias misteriosas y fatales”— falleció el 16 de junio de 1957 tras beber un coctel de alcohol y barbitúricos, aunque hasta hoy persiste la sospecha de que Margerie Bonner no fue ajena a este accidente.
Fuente: Excélsior