A sus 95 años, la poeta uruguaya Ida Vitale se convirtió en la quinta mujer en la historia en ser galardonada con el Premio Cervantes, considerado el Nobel de la literatura en español. En el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, en una ceremonia solemne presidida por el Rey de España, Felipe VI, Vitale rindió un homenaje al autor de ElQuijote, un personaje cuya locura en realidad es un “frenesí poético”.
El galardón, que se otorga desde 1976, sólo ha reconocido la obra de cinco mujeres: María Zambrano, Dulce María Loynaz, Ana María Matute, Elena Poniatowska y ahora la poeta Vitale, que tiene a México como su segunda patria, sobro todo por los diez años que vivió en la capital del país como exiliada, cuando tuvo que huir de la tiranía impuesta en Uruguay.
Después se fue a vivir a Austin, Texas, donde impartió clases durante varias décadas, hasta que finalmente, hace menos de un año, decidió volver a su natal Montevideo, a recuperar aquella vida que dejó siendo muy joven.
Vitale es ensayista, poeta, traductora y también tiene al menos tres libros de prosa, que son a su vez sus memorias vitales. Precisamente uno de ellos, y que publicó hace sólo unos meses, Shakespeare palace, habla precisamente de su vida en la Ciudad de México, cuando vivía en una casa de la colonia Anzures, en la calle Shakespeare.
En su discurso de recepción, Vitale lo primero que hizo fue dar las gracias y reconocer de que, más que leer, lo que quería en ese momento de altísima emoción era “abrazar” y “decir cosas que me salieran del alma”. Pero el escenario estaba dispuesto en el histórico paraninfo de la Universidad de Alcalá para escuchar el discurso elaborado y pensado de la premiada y que se centró en la figura de Cervantes.
“Mi devoción cervantina carece de todo misterio. Mis lecturas del Quijote, con excepción de la determinada por los programas del liceo, fueron libres y tardías. En realidad, supe de él por una gran pileta que, sin duda regalo de España, lucía en el primer patio de mi escuela. Allí nos amontonábamos en el recreo en busca de agua, y día tras día, me familiarizaba con las relucientes baldositas que contaban, sobre inolvidables cielos azules, la policroma historia que, según supe luego, era la de aquellos disparejos jinetes. No faltan, claro, los molinos, los muchos episodios en que don Quijote terminaba por los suelos. Ya adolescente, me regalarían el volumen ilustrado y muy cuidado, que todavía prefiero a la menos infantil edición de Clásicos Castellanos, cuyos ocho volúmenes son menos traslaticios”, relató.
Y explicó que “muchas veces lo que llamamos locura del Quijote, podría ser visto como irrupción de un frenesí poético, no subrayado como tal por Cervantes, un novelista que tuvo a la poesía por su principal respeto. Pero podríamos poner en la boca del por lo general descalabrado personaje, unos versos muy posteriores de Baudelaire: «J’ai gardé la forme et l’essence divine de mes amours décomposés»”.
Vitale explicó que luego de las primeras lecturas del Quijote, las hubo reiteradas, “más difíciles de determinar porque, parciales, se aplicaban, aquí y allá en el texto, con una determinación vagamente Zen o simplemente mágica: la elección del capítulo podía deberse al azar o a un vago recuerdo que podría suponer que allí encontraría una aprovechable aplicación a un tema importante en ese momento para mí, en busca de alguna iluminación necesaria o por recordar con suma precisión la felicidad de primer encuentro con aquellas páginas. No sé por qué atribuí a ese libro la capacidad de precipitar hacia mí la buena voluntad del azar. Quizás simplemente buscaba una ocasión de dicha dispersiva, de claridad sin reserva, cuando el disfrute viene sin proponérselo a veces, acompañado de una sensación de penuria de gracias en la vida diaria y necesidad de gusto satisfecho, que depararán siempre las aventuras por las que ando tan a gusto cuando me reintegro al maravilloso mundo cervantino”.
El ministro de Cultura de España, José Guirao, destacó de Vitale su lenguaje como uno de los más destacados y reconocidos de la poesía actual en español, que es al mismo tiempo intelectual y popular, universal y personal, transparente y hondo.
Fuente: la Jornada