Por Fernando Cruz López
La reelección de Alejandro Moreno Cárdenas, popularmente conocido como “Alito”, como presidente nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha generado una fuerte división y rechazo entre amplios sectores de la militancia priista, lo que representa un enorme desafío para el dirigente, quien deberá emprender acciones contundentes para reconstruir la unidad y la confianza dentro de su propio partido.
Desde el anuncio de su reelección, Alito ha enfrentado fuertes críticas y cuestionamientos por parte de diversos grupos y corrientes priistas que consideran que su liderazgo no refleja los anhelos y necesidades de la gran mayoría de los militantes. Esto pone de manifiesto una profunda fractura interna que Moreno tendrá que abordar con urgencia si quiere preservar la solidez y la representatividad del PRI.
En primer lugar, Alito deberá tender puentes de diálogo y reconciliación con aquellos sectores que se han distanciado del partido durante su anterior gestión. Esto implica escuchar atentamente sus demandas, entender sus puntos de vista y estar dispuesto a implementar cambios sustanciales que respondan a las inquietudes de la militancia.
Sólo será través de un ejercicio genuino de apertura y disposición al cambio, que Alejandro Moreno Cárdenas podrá recuperar la confianza y el respaldo de quienes hoy le dan la espalda y que son miles de priistas que aun andan por ahí sueltos, en espera de mejores oportunidades.
Una de las tareas más apremiantes de “Alito” será recomponer los lazos con los diferentes liderazgos estatales y municipales del PRI. Muchos de estos dirigentes se han distanciado de la cúpula nacional, denunciando un estilo de liderazgo vertical y alejado de las necesidades de las bases. Alito deberá entonces implementar una estrategia de descentralización y empoderamiento de las estructuras regionales, brindándoles mayor autonomía y capacidad de incidencia en las decisiones del partido.
Asimismo, el dirigente nacional tendrá que abrir espacios de participación y representación para los jóvenes y las mujeres priistas. Estos sectores han reclamado con insistencia una mayor inclusión y un mayor protagonismo en la toma de decisiones del partido. La renovación generacional y la equidad de género deben convertirse en ejes centrales de la agenda de Moreno si quiere sintonizar con las aspiraciones de amplios segmentos de la militancia.
Por otro lado, Alito deberá emprender una profunda revisión y depuración de los cuadros del partido, deslindándose de aquellos perfiles cuestionados por corrupción, opacidad o vínculos con prácticas clientelares. Esto le permitirá proyectar una imagen de renovación y transparencia, tan necesaria para recuperar la credibilidad del PRI ante la sociedad.
Finalmente, es imperativo que el PRI actualice su oferta política, incorporando propuestas innovadoras y sensibles a las necesidades e inquietudes de la ciudadanía. Sólo así podrá posicionarse como una alternativa viable y atractiva en el complejo escenario político actual.
El reto de Alito es mayúsculo. Deberá demostrar una enorme capacidad de liderazgo, humildad y apertura al diálogo si quiere reconstruir la unidad y la cohesión del PRI. De lo contrario, el partido corre el riesgo de hundirse aún más en la crisis y la fragmentación, alejándose cada vez más de las aspiraciones de la militancia y de la sociedad en general.