Por más que a los tiempos presentes la prisa sea el sino que los marca, hay conductas que no se pierden cuando quien las desarrolla es persona de bien.
La expresión “nobleza obliga”, aunque antigua y ya poco asimilable a su sentido original pues se ligaba a la aristocracia, sigue estando vigente si pensamos que se trata de alguien que ha obtenido en vida una serie de privilegios, no necesariamente económicos; en todo caso, cuando de alguien se dice “nobleza obliga” es porque sabemos que las virtudes que le honran sólo han sido posibles a partir de atender con humildad su tiempo de vida.
No resulta extraño entonces que José Woldenberg, el ameritado académico que diera prestigio al Instituto Federal Electoral entre 1997 y 2003, haya escrito un lúcido conjunto de textos cuyo título sea, precisamente, Nobleza Obliga, orlado por un adecuado subtítulo: Semblanzas, recuerdos, lecturas.
A lo largo de 264 páginas y tres apartados que cifra con números romanos, Woldenberg retrata las imágenes de las “Historias del sueño democrático” (I); su estancia en las “Islas de raíz lectora” (II); y su tránsito por las “Memorias de la luz y de la sombra” (III).
Dedicado a la memoria de sus padres, Woldenberg nos advierte en algo que injustamente titula “Menos que un prólogo”, que la expresión nobleza obliga es hoy “una noción –una fórmula— arcaica y cursi”. Pero no duda en hacerla suya en tanto que los textos que el libro reúne hacen expreso el agradecimiento que Woldenberg, noblemente, le hace a “políticos, escritores, cineastas, académico, amigos o no”, con quienes reconoce una deuda.
Originalmente, los textos fueron publicados, en su mayoría, en el diario Reforma, donde fue colaborador habitual; otros, como él lo relata y sus lectores de larga data lo recuerdan, aparecieron en diversas publicaciones como la Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México; Configuraciones, o en Parteaguas.
Los textos permiten acercarse a esa serie de elementos que van conformando una vida, en este caso la del autor, ligado desde joven a las causas democráticas; hombre político como pocos en el sentido más ético de la expresión; amante del buen cine y las buenas lecturas.
No deviene en rareza el hecho de que estos textos hayan salido de la pluma de Woldenberg, personaje congruente como pocos en épocas donde la pasión o la ocurrencia suelen aparecer con inusitada frecuencia; el encono se hace presente y la división florece una y otra vez como espesa enredadera que impide ver la claridad última del bosque.
Woldenberg ha logrado atravesar esa espesura gracias a su preclara inteligencia, a su perseverancia y a su congruencia política, personal, académica. Norberto Bobbio, Arturo Warman, Carlos Pereyra, Miguel Ángel Granados Chapa; Carlos Monsiváis, Phillip Roth, José Emilio Pacheco, Norman Mailer, Alfonso Reyes, Pedro Armendáriz, Marlon Brando e Ingmar Bergman desfilan por las páginas de Nobleza Obliga, como producto de “una influencia, un aporte, un gusto” que el autor comparte con sus lectores. Los lectores, esos invisibles personajes que dialogan calladamente con el autor, le tienden la mano, lo guían en el íntimo acto de escribir para luego poder, como en Nobleza Obliga, reconocer esos aportes.
Imposible saber de quién es la deuda más abultada. Del lector con sus autores o de los escritores con esos invisibles personajes que un día entran a una librería como quien entra por su casa, toma uno, dos o tres libros del estante, los paga y se marcha a su otra casa, en la que duerme; porque el lector, como los autores, sólo moran una casa, invisible, total y avasallante. Y sí, en efecto, nobleza obliga. (Nobleza Obliga, Cal y Arena, México, 2011, 264 páginas).
Columna Anaquel de Omar González