Se va noviembre o casi y se empeña en dejarnos estos mínimos. Retazos de días deshilvanados, notas perdidas en libretas; anotaciones al margen pero en el centro; garabatos sobre un post-it o en tarjetas de media carta; memorias del tiempo que no alcanzaron a ser reseña, ficción, crónica. Los mínimos que dejó noviembre y, en cierto modo, el año.
- Hemos olvidado apreciar el valor del silencio.
- A veces “la cascada punzó sobre su espalda” existe más allá de esos, otros, estos años.
- La literatura es mejor que la vida. (Iba a escribir “a veces”, pero ese “a veces”, sobra).
- Días de mala uva corrían por la envenenada primavera, el acre verano, el ácido otoño y no, no era Praga.
- Todo optimismo es siempre una exageración. También todo pesimismo.
- Volver es regresar a la rutina.
- ¿Qué es la tristeza sino la íntima celebración de una o todas las derrotas?
- ¿Un ciudadano un voto? ¿Un lector una lectura?
- Está en marcha, ostensiblemente, un proceso de estupidización colectiva. Lástima que Discépolo no esté acá para ponerle letra.
- La (im)precisión conceptual como (pen)último recurso.
- La vida como ensayo. Ensayo para la muerte.
- Desesperanza, La. Es esa larga calle de la ausencia.
- Fe, La. Esa pérdida puntual de todo en la orfandad.
- Huérfano. Duro epítome.
- La tristeza es una forma extraña de la felicidad.
Columna Anaquel de Omar González