La travesía de una chica que junto con sus dos hijos pequeños, cruza la frontera en la búsqueda de un futuro mejor, bien podría haber sido llevada a los excesos, para terminar cayendo en los usuales y a veces necesarios terrenos de lo escabroso, o incluso en las trampas del alarmismo. Sin embargo, en las manos de Samuel Kishi, en “Los lobos”, se presenta como un agridulce relato sobre la complicidad entre los integrantes de una pequeña familia, rota en apariencia, pero fuerte en sus entrañas y en su espíritu.
Y no es que el tratamiento carezca del compromiso de denuncia propio del tema, por el contrario, queda claro el estado de orfandad que viven aquellos que protagonizan estas pequeñas historias de migración, que por desgracia se siguen multiplicando exponencialmente bajo la sombra de esa gran mentira llamada “sueño americano”.
El asunto es que aquí la ficción que se mantiene anclada a la realidad gracias a certeros apuntes casi documentales, nunca se permite caer en la manipulación, atendiendo a los pequeños detalles que nutren los pasajes infantiles, recurriendo incluso a fugaces segmentos animados integrados con una irresistible naturalidad, para cederle el completo protagonismo a los sentimientos.
Es así que logra hilvanar una propuesta cuyo encanto atrapa de principio a fin, pero además acentúa lo complicado de la situación, convirtiendo la tragedia social en un tributo hacia la voluntad de salir adelante y la empatía que aún puede existir a distintos niveles en esos escenarios.
Por supuesto, la honestidad natural de los niños Maximiliano y Leonarda Nájar Márquez, junto a la precisión orgánica y apabullante del desempeño de Martha Lorena Reyes, quien interpreta a la joven protagonista que se ve obligada a salir a trabajar dejándolos encerrados en el departamento, e ilusionados con una promesa que parece sumamente lejana; es directamente proporcional a la lucidez con la que el director aprovecha tal materia prima, aludiendo a lo que él mismo viviera en su infancia, y a una manufactura impecable, que contrasta los sutiles recorridos de cámara acompasados por evocadoras acordes musicales, con tomas fijas que encuentran la elocuencia de las emociones en los silencios.
La película, además, evita cualquier tipo de alarde visual o efectismo, así como las falsas pretensiones en el discurso, pero se mantiene como una propuesta profunda y reflexiva que, sin dejar de ser valiosa como testimonio, resulta atractiva y sumamente digerible para el gran público. Los lobos es sin duda una de las cintas mexicanas más inteligentes, entrañables y mejor logradas de los últimos años, y forma parte de la programación de la edición 35 del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, que a pesar de todo se mantiene actualmente en curso.
Con información de La Razón de México