La ciencia, puente de asombro para los niños

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Los trilobites son una clase de artrópodos que vivió hace 540 millones de años en toda clase de mares, desde los polos hasta el Ecuador. Su cuerpo, liso y redondo, estaba dividido en tres lóbulos y tenía patas dobles, antenas, caparazón y espinas. Sus ojos eran únicos, pues su cristalino era de calcita (piedra), ponían huevos y mudaban con facilidad de exoesqueleto.

Estos animales de la era Paleozoica, que habitaron la Tierra durante casi 300 millones de años y desaparecieron antes de la llegada de los dinosaurios, inspiran el libro Trilobites (Océano) de Maia F. Miret (1974), ilustrado por Manuel Monroy, un ejemplo de cómo la ciencia también puede despertar la imaginación del público infantil.

Partiendo de la premisa de que no sólo de literatura vive el niño, Miret —quien posee un diplomado en Divulgación de la Ciencia por la UNAM— ha dado vida a través de sus libros informativos a relatos que tienen que ver no sólo con la ciencia, sino también con la sociología, la filosofía y la historia.

“De niña me gustaba leer cuentos, novelas y poesía, pero fueron los libros de divulgación de la ciencia los que más me marcaron”, admite en entrevista la egresada de Diseño Industrial de la Universidad Iberoamericana.

Hay todo un discurso entre los promotores de lectura, las instituciones culturales y los maestros —el sistema educativo— que privilegia la lectura literaria; porque se dice que esa es la buena, que te permite imaginar otros mundos, acercarte a las personas y crear empatía”, afirma.

Pero yo creo que los títulos informativos cumplen muchas veces las mismas funciones que la literatura. No sólo transmiten conocimiento, sino también desarrollan la imaginación, abren el mundo, nos acercan a épocas y a personas distintas”, agrega.

La escritora y editora piensa que cuando se acerca a los niños a los libros informativos, sin el prejuicio de que se deben aprender de memoria el contenido, lo aceptan con mucha naturalidad.

“Para ellos no hay categorías, suelen aproximarse con curiosidad, con la mente abierta y mucha capacidad de asombro; las categorías las hacemos los adultos. Hay que darle a los niños la mayor diversidad de libros posible”, añade la especialista.

La también traductora está convencida de que los contenidos científicos “son apasionantes, fáciles de transmitir y sería una pena no contarle a los niños cosas que a los adultos nos fascinan y nos parecen interesantes”.

Así sucedió cuando decidió dedicar un libro a la historia de los trilobites, animales que conoció cuando tenía diez años de edad a través de un fósil que un amigo de su madre le regaló y, tras dos años de sumergirse en el tema, compartió sus hallazgos con los infantes.

“Fue un proceso de investigación muy divertido y gozoso. No fue difícil escribirlo. Pero, además de describir sus rasgos y cuántas especies existían, quería ir más allá. Así que página por página hicimos una serie de analogías funcionales, a veces formales, entre los trilobites y otros seres vivos y objetos. Fuimos planteando qué parentescos, reales o casuales, hay entre los trilobites y los animales o cosas que usamos cotidianamente”, explica.

UNA EDICIÓN INTEGRAL

La también asesora cultural y tallerista detalla que el ilustrador Manuel Monroy, que “une en sus imágenes el mundo de la ficción y la ciencia”, le propuso incluir diversas actividades en torno a los trilobites, para que los niños pasarán de la lectura a la observación y a la acción.

“Originalmente yo no había pensado incluir actividades, porque no quería cosas rápidas, frívolas o muy tradicionales, cuyo resultado terminara en la basura. Pero pensé que podíamos plantear actividades más largas, que exigieran contemplación e hicieran intervenir a los demás miembros de la familia”, indica.

De esta manera, el libro de Miret y Monroy incluye instructivos de cómo hornear una galleta o construir un llavero con forma de trilobite, o cómo fabricar un fósil con un molde de masa; además, al final aparece un modelo de papel desprendible para armar un trilobite articulado con patas, antenas y branquias.

La autora dice que en la página de internet de la editorial Océano se pueden descargar las plantillas y ver videos de cómo se construye este animal paleozoico.

“Con los trilobites casi todo está inventado. ¿Uno tan largo como un paraguas? Existió. ¿Uno con enormes espinas o sin ojos? Hubo muchas especies así. ¿Casi redondo o con el aspecto de un hermético tanque de metal? También. Conocemos cerca de 20 mil especies”, apunta Miret en la introducción e invita al lector a descubrir a estos seres especiales.

Así, en cada una de las 48 páginas de este volumen de pasta dura aparece una introducción, en un círculo se destaca el periodo en que existió y la imagen principal del trilobite es acompañada por figuras más pequeñas de animales contemporáneos, con los que se pueden comparar sus atributos, y entradas de lectura que introducen datos dinámicos que hacen reflexionar a los niños.

Y, en las seis páginas centrales, se despliegan, detallando el tiempo de los trilobites, los animales que habitaban la Tierra en los seis periodos geológicos en que estuvo dividida la era Paleozoica: Cámbrico, Ordovícico, Silúrico, Devónico, Carbonífero y Pérmico, cuando se extinguen estos artrópodos.

“Los niños son los lectores más exigentes que tenemos, porque son inteligentes y curiosos. Pasan sin problemas de las historias de ficción a las científicas, sobre la naturaleza o la historia, y se quedan con lo que ellos quieren. Así que no los limitemos y hay que ofrecerles conocimiento e imaginación”, concluye Miret.

Fuente: Excélsior