- La mañana del domingo cinco de diciembre de 1920, el corazón de Evangelina Arrillaga debió dar no uno sino dos vuelcos. En la primera plana de El Arte Musical, el semanario literario que en Veracruz dirigía Alfonso Minguez se publicaban con diferente firma sendos acrósticos, plegados ambos a las vocales y las consonantes de su nombre y su primer apellido: Evangelina Arrillaga.
Le escribe Francisco Ortega:
En horas de letal melancolía
A solas con tu imagen candorosa
Vivo de tus recuerdos alma mía
Resignado a mi suerte negra, impía,
Adversa cual mi súplica amorosa.
¿Recuerdas cuando lleno de ternura
Nervioso al contacto de tus lazos
Ibas reclinada entre mis brazos
Gentil cual una Reina de Hermosura?
La música tañía triste y doliente
En sus notas vibrantes de emociones
Lánguidas cadencias de ilusiones,
Lenitivos que arrullan dulcemente,
Aquel baile de dichas y contento
Impreso llevará mi pensamiento
Guarda su recuerdo en tu memoria,
No me relegues al eterno olvido
Amance (sic) mujer yo te lo pido
¡Adiós! Y olvida mi doliente historia.
Le escribe Antonio Rodríguez:
Eres como la cándida azucena
Apacible, sencilla, candorosa,
Veniste al mundo de virtudes llena
Resignada a luchar contra la pena
Abnegada al trabajo y hacendosa
Ricos dones adornan tus encantos
Nadie podrá decirme lo contrario;
Imploras con tus labios sacrosantos
Gratas preces de amor para los santos
Recorriendo las cuentas del Rosario…! (Sic)
En todas tus acciones se adivina
La grandeza de tu alma, mujer pura,
Luz de una estrella celestial, divina
Alma que el Ser Supremo la ilumina,
Inmaculada y virginal creatura… ! (Sic)
Guarda estos versos que en mi mente vagan
No pretendas que vayan al vacío,
Acógelos mujer, si algo te halagan,
Al evocar el pensamiento mío… ! (Sic).
Se trata apenas de un par de ejemplos de los acrósticos, poemas, cuentos, odas, comentarios, reseñas y reflexiones que El Arte Musical en sus cuatro páginas, publicaba.
- Cada domingo, el semanario que había sido registrado como artículo de segunda clase el 19 de junio de 1919 llegaba gratuitamente a los hogares del puerto “y el interior” según advertía un recuadro en sus planas. El domingo 19 de septiembre de 1920, seguramente redactado por quien aparecía como director bajo la bandera del diario –Alfonso Minguez— se publicaba una suerte de editorial pletórico de bronce donde el redactor loaba la memoria de Miguel Hidalgo y la de quienes le acompañaron en 1810 a iniciar la guerra de independencia.
“No fue un grupo, fue una legión de valientes; pero en ella cabe al anciano Sacerdote de Dolores (sic) el mérito de ser no sólo el iniciador y el arrojado paladín que dió (sic) la voz de alerta y arrastró a las multitudes a la lucha, sino la verdadera alma de aquella legítima y Santa (sic) rebelión”.
Pensado para un Veracruz donde el comercio era actividad prioritaria no resulta extraño que sobresalga la presencia como anunciantes de diversas sociedades en comandita (S. en C.) forma de asociación mercantil al uso de la época; como tampoco lo era el hecho que la mayoría de éstas se ubicaran en las avenidas Independencia o 5 de mayo. Es en esta última, en el número 43 donde se encontraban los Talleres de Tipografía, Litografía, Encuadernación y Rayados de Juan Miguelena, en los cuales se imprimía El Arte Musical.
Junto a los anuncios de notarios, médicos, parteras y abogados, sobresalían los de casas comerciales y también los cintillos de la “Emulsión de Scott para jóvenes y ancianos”, que solía ocupar su lugar en la parte inferior de las páginas 2 y 3; es en esa misma posición que en el número 72 del semanario se publicitaba a la: “Emulsión de Scott (como) un gran reconstituyente…”.
Por medio de El Arte Musical el público podía enterarse que “El maestrófono es la máquina parlante más perfecta que se conoce” y que para su venta en la república mexicanos los únicos agentes autorizados eran A. Wagner y Levien Sucs., S. en C., ubicada en el número 45 de la Avenida 5 de Mayo a un lado de los Talleres de Juan Miguelena y que ofrecía sus productos tanto al contado como en abonos.
Wagner y Levien eran también los vendedores en la república de Bechstein, el mejor piano alemán y Steimway, el mejor piano de las Américas según las orejas izquierda y derecha que en la primera página de El Arte Musical insertaba como patrocinio aquella casa comercial.
En tanto que el paludismo era en esa época enfermedad recurrente, el profesor Elías F. Díaz ofrecía el tónico “Zadí”, anagrama del apellido de su creador y a la venta en el número 6 de la calle de Emparan. Debió ser un gran tónico pues en su anuncio se presentaba como la “Única preparación que en 24 horas cura el paludismo”; mientras “Zadí” curaba el paludismo, en la Droguería Santo Domingo en Independencia número 36 se encontraba el depósito del purgante “Higuerol”. Y si el problema era de la vista, Donald Cover, “óptico experto” estaba a la orden en el número 35 de la Avenida 5 de Mayo.
En aquella ciudad de germinal desarrollo el sol era invitado permanente, de ahí que la sombrerería Los precios de México, de J.A. Aguirre y Cía., ofreciese en su publicidad que “reformaban, limpiaban y desmanchaban toda clase de sombreros” y que lo mismo tenían a la venta el Canotier Habana que El Popular de la casa Tardan Hermanos; el elegante Borsalino, hecho del fieltro del pelo del conejo y creado por Giuseppe Borsalino hacia 1857 y los Stetson.
III. Francisco Ortega y Antonio Rodríguez –tocadas acaso sus testas por un Borsalino o un Canotier— debieron caminar en algún momento a la esquina de la calle Miguel Lerdo y la avenida 5 de Mayo.
En el número 20 de Miguel Lerdo esquina 5 de Mayo La Casa Blanco y Negro, cuyo número telefónico era ya de tres dígitos –le correspondió el 276— vendía papel, artículos de escritorio y libros en blanco. Ahí debieron comprar aquellos poetas o aspirantes a serlo los instrumentos para la escritura que la inspiración les reclamaba utilizar en aras de una misma musa; quizás se encontraron frente a frente y por un segundo sus miradas se cruzaron sin verse o los atendió la misma persona. O quizás se conocían y ambos se deshicieron en buenos modales ante el inesperado encuentro y como todos los enamorados se pensaron únicos e insustituibles en el corazón de Evangelina Arrillaga, aquella que para Ortega era “…Reina de Hermosura” y para Rodríguez “…cándida azucena…de virtudes llena”.
La mañana del domingo cinco de diciembre de 1920, el corazón de Evangelina Arrillaga debió dar no uno sino dos vuelcos. Quizá al final de aquel día tomó una decisión. O no tomó ninguna o tomó una que excluyó a los dos poetas. Lo único cierto por documentable es: después de aquel domingo El Arte Musical, el semanario literario que dirigía Alfonso Minguez anunció que en el primer número de 1921 y que correspondería al 2 de enero del naciente año, el semanario pasaría de cuatro a ocho planas.
Francisco Ortega y Antonio Rodríguez podrían disponer de más espacio para sus versos y Evangelina Arrillaga de más acrósticos… o de más enamorados que, por un segundo, fugaz e impreciso se encontrarían de frente en La Casa Blanco y Negro para comprar los cuadernos o las resmas de papel que habrían de contener la elegante caligrafía que dibujaba el nombre y el apellido de una musa lo mismo etérea que tangible:…Evangelina Arrillaga.
Columna Anaquel de Omar González