A 600 metros de la Casa Azul de la pintora mexicana Frida Kahlo (1907-1954), en la que León Trotsky residió al comenzar su exilio mexicano en enero de 1937, se erige la vivienda que hospedó al revolucionario ruso hasta el día de su asesinato, hoy hace 80 años.
Bautizada ahora como Museo Casa de León Trotsky, esta casona en Coyoacán, en el sur de la capital, conserva intactas, entre sus paredes color rojo y sus jardines verdes, las habitaciones y enseres del fundador del Ejército Rojo.
En las paredes de su recámara están las marcas de los disparos del primer atentado a su vida, que fue fallido y sucedió el 20 de mayo de 1940, encabezado por el muralista mexicano David Alfaro Siquieros.
El museo todavía cría conejos, una afición de Trotsky y los jardines conservan los cactus que le gustaba observar y que lo llevaron a desarrollar un gusto gastronómico por los nopales.
Frente a un árbol de zapote blanco sembrado por Trotsky y un camino protegido de cactus, sus cenizas se conservan en una estela elaborada por el pintor mexicano Juan O’Gorman, que tiene tallada la hoz y el martillo.
UNA FIGURA VIGENTE
El revolucionario ruso León Trotsky sigue vigente 80 años después de su asesinato, el 21 de agosto de 1940, en la casa de la Ciudad de México que habitó los últimos meses de su vida.
Nacido en Ucrania en 1879 como Lev Davídovich Bronstein, Trotsky fue atacado el 20 de agosto de 1940 por el español Ramón Mercader con un piolet en la cabeza que le causó la muerte al día siguiente, el 21 de agosto, en un hospital de la capital mexicana.
El comunista Mercader fue condecorado posteriormente con la medalla de “héroe de la Unión Soviética” por haber matado a Trotsky.
Cinco décadas después de su homicidio, en 1990, ya como museo, la casa mexicana que habitó con su esposa Natalia Sedova y su nieto Esteban Volkow, se mantiene prácticamente tal y como estaba el día en el que fue asesinado.
Con el tamiz del tiempo, ya son ocho décadas, la directora jurídica sostiene que “Trotsky y, obviamente las ideas que él toma de (Karl) Marx, siguen vigentes. Eso está vigente”.
LA VIDA MEXICANA DE TROTSKY
El 9 de enero de 1940, Trotsky llegó al puerto de Tampico, en el Golfo de México, y en tren siguió a la capital mexicana, directamente a vivir en la Casa Azul de Frida y Diego Rivera, quien influyó para que el Presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) le otorgara el asilo.
En México, Trotsky conoció lugares cercanos a la capital mexicana como el boscoso Desierto de Los Leones y se aventuró hasta el balneario de Acapulco y la bonita Taxco, también visitó la tierra del revolucionario mexicano Emiliano Zapata (1879-1919).
“Tenemos una fotografía donde Trotsky visita la tierra de Zapata, presentaremos una fotografía. Trotsky hacía referencia a continuemos lo que Zapata dejó”, dice la directora al anunciar una pronta exposición sobre las rutas de Trotsky en México.
LA MUERTE DE TROTSKY
En marzo de 1939, Stalin decide que su enemigo debe morir y da la orden al jefe de la KGB en el exterior, Pavel Sudoplatov, afirma en entrevista con Efe el historiador mexicano Juan Alberto Cedillo, autor del libro “Eitingon, las operaciones secretas de Stalin en México”.
Sudoplatov encarga la misión a Leónidas Eitingon, quien selecciona a algunos milicianos españoles, entre ellos el propio Siqueiros, explica el autor.
“El grupo se prepara para matar a Trotsky en la casa que habita en Coyoacán. Ramón Mercader iba a ser los ojos y oídos al interior del trotkismo; operan en París, Nueva York para que conquistar a la secretaria de Trotsky”, relata el escritor.
Cedillo relató que en el primer atentado, que dirigió Siqueiros, participaron unas 40 personas, entre mineros mexicanos, milicianos españoles y amigas del muralista, que se llevaron a una fiesta a los guardias de la residencia del dirigente ruso.
“Se dispararon 72 tiros. Trotsky se tira de la cama, el nieto es herido en un pie, no funciona la bomba incendiaria y Stalin monta un berrinche cuando le informan”, asegura Cedillo, autor también de “Los nazis en México”.
Los estalinistas ponen en marcha el plan con Ramón Mercader quien había ganado la confianza del revolucionario ruso, quien le franqueó la puerta y le dio la espalda, momento que aprovechó para clavarle el piolet.
“Lo preparan para golpear, salir de la casa y huir. Nunca esperaron que (Trotsky) gritara de una forma que nunca olvidó el asesino”, concluye Cedillo.