Desde su choza, Mamadou Sarr señala más de 100 piraguas pintadas de vivos colores izadas sobre el oleaje del Atlántico en la playa de Ouakam, en Dakar, la capital de Senegal. En tiempos normales estarían pescando. Pero la docena de embarcaciones que salieron ese día apenas habían pescado.
Sarr, que preside la asociación local de pesca, abre cajas que antes estaban llenas de dorados y meros para descubrir sólo moscas. En el mercado de la playa, una mujer duerme sobre la mesa en la que normalmente destripaba el pescado.
Una historia de escasez recorre la costa de África occidental, antaño pródiga en pesca. Allí, las comunidades de pescadores “artesanales”, que pescan para subsistir y para el mercado local, se ven sacudidas por fuerzas que se forman en el otro extremo del mundo, en China.
Durante al menos tres décadas, los gobiernos central y locales de ese país han fomentado el desarrollo de una flota pesquera de larga distancia, equipando barcos que permanecen en el mar durante meses o incluso años.
China no es el único Estado que busca proteínas y beneficios lejos de sus aguas. Japón, Corea del Sur, España y Taiwán tienen flotas propias. Pero China es, con diferencia, el mayor. Algunas estimaciones cifran su tamaño en más de 3.600 barcos, tantos como los tres siguientes juntos.
Y a diferencia de las flotas de los demás, la de China proyecta conscientemente el poder y la influencia del Estado, a veces como parte del proyecto económico y geopolítico emblemático de Xi Jinping, la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (bri, por sus siglas en inglés). Un número significativo de buques chinos son de propiedad estatal.
Un tercer rasgo diferenciador es la rapacidad de la flota y su falta de escrúpulos en un sector famoso por ambas cosas. La sobrepesca, en algunos casos ilegal, el colapso de las poblaciones locales, el contrabando, los vínculos con el crimen organizado, el trabajo forzado y el maltrato generalizado de los tripulantes son algunas de sus consecuencias.
Todos estos factores se dan ahora en la costa cercana a la choza de Sarr. El gobierno chino publica una lista de países extranjeros dentro de cuyas “zonas económicas exclusivas” (ZEE) de 200 millas náuticas (370 km) ha acordado contratos para operaciones pesqueras. Más de la mitad de estos acuerdos se han celebrado con países de África Occidental. Senegal es uno de ellos. Mauritania, al norte, vasta y pobre, representa por sí sola casi el 30% del total.
Los proyectos incluyen no sólo los derechos para que los buques chinos pesquen en las aguas costeras de los Estados, sino también para establecer operaciones como plantas de procesamiento en tierra. Mauritania se ha convertido en un centro neurálgico de la industria de la harina y el aceite de pescado.
Estos productos son comprados por piscifactorías que crían peces para clientes de China y otros países. Entre los tipos de pescado que se capturan para fabricarlos están los que durante mucho tiempo pescaron los lugareños con pequeñas embarcaciones y redes de mano.
Como señala la Fundación para la Justicia Medioambiental, una ONG con sede en Londres, en un informe publicado en marzo, todo esto ha “transformado la ecología política” de la pesca en África Occidental. La población local, que depende de la pesca artesanal para llevar comida a la mesa familiar, se ve obligada a competir directamente con las empresas pesqueras industriales chinas. Es una lucha desigual.
No sólo las poblaciones de peces atraen a las flotas chinas. También lo hacen las jurisdicciones con mala gobernanza, normas desdentadas y amplias posibilidades de comprar influencia. Un pequeño ejemplo lo destaca la ong estadounidense Outlaw Ocean Project.
En 2017, una planta china de harina de pescado en Gambia, un proyecto de la marca bri, tiñó de carmesí una laguna situada en el corazón de una reserva natural con arsénico, nitratos y fosfatos vertidos ilegalmente. El operador fue multado con sólo 25.000 dólares y se le permitió seguir operando y vertiendo.
A veces las normas se ignoran por completo. La pesca ilegal, no declarada y no reglamentada está muy extendida entre la flota china. Los buques superan los límites de capturas, matan especies protegidas o pescan donde no deben (como zonas costeras reservadas a pescadores artesanales).
Todo ello aumenta la presión sobre los mares del mundo, que ya se pescan casi al límite de su capacidad. Los buques con pabellón local ocultan a menudo su propiedad china tras sociedades ficticias o empresas conjuntas. Aunque los buques extranjeros no están autorizados a faenar en aguas ghanesas, gran parte de su flota está controlada en última instancia por intereses chinos.
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